Mirar al niño interior
El Saber Proscrito. Allice Miller (1987)
Ella dice que la mayorÃa hemos sido maltratados en nuestra infancia. Varias veces nos sometieron a penalizaciones que no podÃamos rechazar (golpes, "educación", abandono) porque éstas eran ejercidas por las personas que nos protegÃan, en las que confiábamos para sobrevivir. Y si aquella crÃa querÃa en efecto sobrevivir, no podÃa defenderse ni reclamar: debÃa reprimir su dolor, a riesgo de ser más apaleado (literalmente), abandonado, anulado.
Aunque la estrategia es buena en el momento, el dolor continúa. Y la personita seguirá el ejemplo: golpeará si fue golpeado, engañará si fue engañado... Continuará además aplicando las mismas estrategias para sobrevivir: someterse, callar, ensalzar a sus padres como seres sin faltas, reprimir. Pero la ira encuentra vÃas de escape: violencia, asesinato, desconsideración hacia otras personas, incapacidad para recibir y dar amor...
Tenemos el derecho, sigue A.M., de recordar ese(a) infante que fuimos y aún somos muy en el fondo, que reclama protección y el derecho a amar; sólo asà podremos ser libres de los actos agresivos y destructivos (o al menos lo seremos, digo, en muy alto grado). Por eso no podemos conminarnos a la obligación social de seguir normas "morales y de buena conducta" bajo el mero designio de la represión ni dejar a papá y mamá en un pedestal de santidad. Fueron responsables por nuestros sufrimientos apresados en lo profundo del subconsciente; y seremos responsables por los de nuestras hijas e hijos si no paramos el cÃrculo vicioso de tener que desahogar la rabia reprimida en los más débiles (porque sólo éstos lo permitirán).
¿Y dónde queda entonces la enseñanza de la moral y el vivir en sociedad? Si una crÃa humana nota que le protegen y quieren, aprenderá a querer y proteger a los más débiles. Si observa cortesÃa y respeto hacia las otras personas, seguirá ese ejemplo. Las niñas y niños son impresionantemente capaces de repetir conductas; ese es el fundamento de la auténtica enseñanza moral, sin necesidad de represión ni violencia. Hasta aquà trato de recoger a A.M.
Hablo yo ahora
Resulta que le puedo creer porque recuerdo haber sido un niño maltratado. No es tan difÃcil hoy, por cierto, como lo fue en generaciones pasadas, cuando cuestionar a papá y mamá era una falta imperdonable. Hoy tenemos más voz para eso, pero creo que nos falta camino. Especialmente lo sostengo porque no noto que los encargados de educar a los actuales niños y niñas hayan decidido radicalmente proteger y amar a sus hijos(as) y educarles con el ejemplo de la acción. Sigue habiendo violencia y opresión; si eso es asà es porque no se ha roto el cÃrculo vicioso.
Por otra parte, hay padres y madres que invierten la relación de poder: satisfacen a sus hijitos en todo lo que quieran, TODO, sin permitirles que encuentren por sà mismos que el mundo tiene lÃmites. Entonces resultan cambiando un problema por otro. Es más, hasta llego a dudar si realmente esos padres y esas madres de hoy han invertido de verdad su tiempo en amar a sus hijas e hijos, en hacerles sentir que valen por su derecho a ser amados y no por lo que materialmente les pueda ser dado.
(Próximamente tendré que publicar una continuación. Este libro me ha impactado como pocos; por eso me siento impulsado a contar por qué).
Ella dice que la mayorÃa hemos sido maltratados en nuestra infancia. Varias veces nos sometieron a penalizaciones que no podÃamos rechazar (golpes, "educación", abandono) porque éstas eran ejercidas por las personas que nos protegÃan, en las que confiábamos para sobrevivir. Y si aquella crÃa querÃa en efecto sobrevivir, no podÃa defenderse ni reclamar: debÃa reprimir su dolor, a riesgo de ser más apaleado (literalmente), abandonado, anulado.
Aunque la estrategia es buena en el momento, el dolor continúa. Y la personita seguirá el ejemplo: golpeará si fue golpeado, engañará si fue engañado... Continuará además aplicando las mismas estrategias para sobrevivir: someterse, callar, ensalzar a sus padres como seres sin faltas, reprimir. Pero la ira encuentra vÃas de escape: violencia, asesinato, desconsideración hacia otras personas, incapacidad para recibir y dar amor...
Tenemos el derecho, sigue A.M., de recordar ese(a) infante que fuimos y aún somos muy en el fondo, que reclama protección y el derecho a amar; sólo asà podremos ser libres de los actos agresivos y destructivos (o al menos lo seremos, digo, en muy alto grado). Por eso no podemos conminarnos a la obligación social de seguir normas "morales y de buena conducta" bajo el mero designio de la represión ni dejar a papá y mamá en un pedestal de santidad. Fueron responsables por nuestros sufrimientos apresados en lo profundo del subconsciente; y seremos responsables por los de nuestras hijas e hijos si no paramos el cÃrculo vicioso de tener que desahogar la rabia reprimida en los más débiles (porque sólo éstos lo permitirán).
¿Y dónde queda entonces la enseñanza de la moral y el vivir en sociedad? Si una crÃa humana nota que le protegen y quieren, aprenderá a querer y proteger a los más débiles. Si observa cortesÃa y respeto hacia las otras personas, seguirá ese ejemplo. Las niñas y niños son impresionantemente capaces de repetir conductas; ese es el fundamento de la auténtica enseñanza moral, sin necesidad de represión ni violencia. Hasta aquà trato de recoger a A.M.
Hablo yo ahora
Resulta que le puedo creer porque recuerdo haber sido un niño maltratado. No es tan difÃcil hoy, por cierto, como lo fue en generaciones pasadas, cuando cuestionar a papá y mamá era una falta imperdonable. Hoy tenemos más voz para eso, pero creo que nos falta camino. Especialmente lo sostengo porque no noto que los encargados de educar a los actuales niños y niñas hayan decidido radicalmente proteger y amar a sus hijos(as) y educarles con el ejemplo de la acción. Sigue habiendo violencia y opresión; si eso es asà es porque no se ha roto el cÃrculo vicioso.
Por otra parte, hay padres y madres que invierten la relación de poder: satisfacen a sus hijitos en todo lo que quieran, TODO, sin permitirles que encuentren por sà mismos que el mundo tiene lÃmites. Entonces resultan cambiando un problema por otro. Es más, hasta llego a dudar si realmente esos padres y esas madres de hoy han invertido de verdad su tiempo en amar a sus hijas e hijos, en hacerles sentir que valen por su derecho a ser amados y no por lo que materialmente les pueda ser dado.
(Próximamente tendré que publicar una continuación. Este libro me ha impactado como pocos; por eso me siento impulsado a contar por qué).
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