Shaikai

miércoles, mayo 26, 2004

Por qué me salen poesías en inglés

Se siente muy extraño que intente escribir una poesía, en uno de esos inigualablemente tranquilos y lúcidos momentos en los que se hace posible, y salga escrita en inglés. Por qué, si no es mi propia lengua? No debería soltarla en español para evitar los malentendidos, para hacerme dar a entender a la gente, para no pasar por pedante? Me adornaban la mente a ratos esos pensamientos, pero resultaban inevitables porque ya llevaba unas tres o cuatro composiciones (sin contar con la mayoría de las espurias canciones que he dejado al amparo del papel y de mi memoria, algo pobre ella, pero sensible a la imaginación).



Un día pensé que no debía preocuparme por el 'qué dirán'. Pedante yo? Sé que no es cierto. Acaso tengo la culpa de que me salgan las cosas así? No, no definitivamente. Si fuera así debería ser acusado también por el tipo de bellezas que me atraen, por las cosas que me hacen temblar desde niño, y de hecho por mi inagotable curiosidad infantil. Vale por ese lado, pero...



No podría ser culpable de pervertir mi identidad cultural? Acaso no soy un colombiano, hablante del español? Qué viene a hacer el inglés ahí? "No es su lengua, señor, no es suya". En ese punto vengo a ver que sí lo es: la televisión, la radio, Internet, los libros, algunas amigas y amigos que hice en Japón, por todos esos medios se me ha heredado la lengua inglesa. Ella es patrimonio de la humanidad, y antes que nada mi patrimonio. Desde tiempo atrás me han fascinado su rica sonoridad, la delicadeza de ciertos giros y términos. Desde tiempo atrás he probado el fuerte impacto de muchas de sus canciones en mi sensibilidad (The Cranberries, Metallica, Cher... Radiohead, Creed, Josh Groban, Evanescence). Ni hablar de los libros de informática, historia y filosofía (entre otros); de los avisos en Internet; de las mágicas e incomparables vocalizaciones que regalan las películas. Toda esa riqueza ha llegado hasta mí; complacido, la he recibido y hecho mía.



No tengo, pues, ningún reparo en decir que también esos versillos en inglés que se me han "chispoteado" son tan míos como mis versos en español; ni siquiera me avergüenza decir que la probabilidad de que salgan buenos, a mi modesto juicio, es más alta. No es raro que pase; a la final tenía que pasar. Receptivo a lo nuevo, a lo distinto, voluntario por excelencia para romper las regularidades de la repetitiva experiencia cotidiana, con los ojos siempre abiertos y las manos hurgantes en búsqueda de novedad, más fácil no podía encontrar joyas exquisitas que en el invisiblemente pululante inglés.



Pero por eso mismo, por tan arrebatada curiosidad y continua búsqueda de lo que no se me ha perdido, mis horizontes jamás se cerrarán: hay seis mil lenguas en el mundo, repartidas en más de once prolijas familias, y cientos de sistemas de escritura (entre alfabéticos, silábicos, de componer sílabas, ideográficos, compuestos, etc.); miles de etnias, culturas, vestidos, costumbres y cosmovisiones; eternas pilas de crónicas, novelas, poesías, cuentos, manuales, saberes; infinidad de tonalidades, instrumentos y cánones musicales, danzas y artes escénicas; numerosísimas formas de pensamiento, religiones, doctrinas y filosofías (sí, filosofías). Imposible terminar. Mil años de vida serían mil años descubriendo, rebuscando y descubriendo, retomando y descubriendo, comparando y descubriendo, alimentando el alma y descubriendo. Ahí está el punto. Si de mil lenguas, con el corazón abierto, aprendiera lo suficiente, en mil intentaría componer.